Su rostro se volvió antinatural, por lo que todos saben que no puede ver nada.
Un rostro simbólicamente sin ojos capaces de ver y sin boca capaz de hablar.
Frente a él su mano vacía e indefensa.
Se alza sobre un pedestal efímero, con el sutil miedo de dar un paso hacia lo desconocido que condena a la inmovilidad.
El vacío, la soledad, la creencia de que nadie puede ayudarte ni salvarte de esa inevitable caída.
Unas cuantas manchas de sangre ajena que ni siquiera nota o finge no notar.